domingo, 20 de abril de 2014

Cómo herrar a un caballo

El mítico caballo acompasó su marcha a la del hombre desde la antigüedad.
Venerado y agasajado, forma parte de nuestra historia hasta ahora, queramos o no.



Ha servido para absolutamente todo y el resultado de nuestra historia hubiera sido otro sin ellos.



-"¡Bueno, mulo! No nos mires así... ¡Y sin vosotros también!"
Ya vimos cómo hacer un cabezal para dirigirlos a nuestro antojo.
Hoy vamos a ver cómo se les hacía más cómodo caminar, trotar y galopar.
Ya sabemos que para desplazarnos debemos adoptar...



las medidas más convenientes. 
No todo sirve y el mejor movimiento es el que se demuestra andando.



Ya en la prehistoria se le colocaban fundas de piel en los cascos para que no se los dañaran.
Hasta que el sabio de la época pensó en el refuerzo aislante duradero y apropiado...



la legendaria herradura, poseedora de la suerte y la fortuna.
 Fantástico artilugio que desde tiempo inmemorial...



nos fue dejando su histórica huella.



Sólo se libran de ellas cuando son pequeños potrillos...



pero cuando son grandes...
Hoy vamos a ver cómo le pusieron las herraduras a dos caballos, de reconocida fama.



-"¡No, hombre, no! 
!Este "dos caballos", no!
 ¡Éste es el que vino después!"



Nos referimos a la collera de caballos de Miguel, ese hombre de fortaleza extra
 que los tiene por debajo de la curva de la Cruz Roja de Ubrique.



In situ sorprendimos aquel día a José Gómez el "herraó" pertrechado y
 a Miguel, el dueño de los dos mimados y vigorosos caballos.



Con permiso de ambos decidimos dejar plasmado este singular e inusual momento.
La casualidad se había puesto de parte de este humilde blog,
 amante de la tradiciones genuinas, entre otros menesteres.



El yunque y los martillos, ambos "portátiles", preparados.



La jaca, elegida para empezar.



Y el trípode de herramientas deseando cumplir con su misión.



La primera parte del tradicional empleo, desherrar las anteriores.



Según nos contaron, los cascos "crecen" y hay que
 hacer esta operación unas cuatro veces al año.
-"¡Ahí hay faena, José!"



Con las tenazas se van arrancando los clavos viejos, bajo la preocupada mirada de Miguel.
-"¡Menos mal que no le duele!" -parece pensar.



La pasión de Miguel son sus caballos. Pese a su edad todos los días sube a atenderlos.
Su comida y su agua no les falta. Son como sus niños bonitos. Su entretenimiento. Su vida...
¡Y tiene preferencia por la yegua! Por eso es la primera.



Una vez el casco libre se da paso...



a la nueva herradura...
Un clavo en cada agujero.



Después unos retoques en el propio "zapato" para que quede impecable.
Y así...



una pata tras otra hasta terminar las cuatro.



Hay que ir llamando al siguiente cliente.



Esta estampa tan cotidiana antaño, ahora es como un premio a nuestros ojos.
Gracias a José y a Miguel por permitirnos difundir un oficio del recuerdo...



que permitía a estos nobles animales cumplir con su esforzada misión de ayudar al hombre.



Ya están herrados nuevamente. Mientras descansan del trasiego del "herraó"
 que ya se marchó, Miguel da una vuelta para ver si está todo en orden.
El seguirá viniendo con sus criaturas haga sol...



o haga lluvia. Miguel se siente dichoso de cuidarlos.



Los dos caballos de su corazón se pueden sentir muy afortunados
 de contar con este humano de corazón grande.



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