Dentro del Casco Antiguo de Ubrique, una de las calles más entrañables
-sin menospreciar a ninguna otra porque de bellas callejuelas,
nuestro querido pueblo, tiene un verdadero patrimonio-
es la calle Saúcos. Casualmente empieza por donde termina
-los números de las casas arrancan desde arriba, en la Torre-
Una de las peculiaridades de la calle Saúcos, es ser la ruta más usada por
el turismo en Ubrique para ascender hacia el descubrimiento de tesoros y
a posteriori, de los secretos del San Antonio. De ello damos fe los que vivimos
en la plaza de aparcamientos de la Verdura.
el turismo en Ubrique para ascender hacia el descubrimiento de tesoros y
a posteriori, de los secretos del San Antonio. De ello damos fe los que vivimos
en la plaza de aparcamientos de la Verdura.
Y es justamente, antes de doblar la primera esquina,
donde ha aparecido un tesoro escondido.
Se trata de unos toscos ladrillos ensamblados en bóveda, con perfectas proporciones.
Es una construcción con más de sesenta años, renegrida por su ancestral uso.
Ubrique en verde tiene el privilegio de mostrar en primicia,
las únicas fotografías existentes del famoso y legendario otrora,
horno de Díaz Baena,
recluido en una camareta de la calle Saúcos y
desaparecido en la actualidad.
Corrían los años cuarenta... los tristemente llamados años de la hambre,
cuando Díaz Baena compró fuera de Ubrique el misterioso horno y
mandó instalarlo en su actual y perenne ubicación.
Cuentan que el tiro era interior y que la labor de los panaderos sería a lágrima viva.
Pero que se veían compensados gracias al tipo de pan que ofrecían con cada hornada.
Mientras en el molino de Cotrino (actualmente conocido como el Rodezno),
se amasaba, se horneaba y se servía pan negro de ración,
Díaz Baena vendía a través de una reja,
Díaz Baena vendía a través de una reja,
una especie de bollitos de pan blanco, cocidos en este horno de la calle Saúcos.
Cuentan que la cola de personas deseosas de engullir ese tesoro,
llegaba hasta el callejón de Janeiro.
Cuando el horno se cerró, Díaz Baena, persona habilidosa,
se dedicó a sacar muelas en su casa de la calle Botica, más arriba de la botica.
El desaparecido horno del pan blanco es uno de los tesoros de...
la calle Saúcos. Damos paso a doblar la esquina para poder apreciar que
la callejuela es en sí misma, un tesoro de la arquitectura popular...
¡Cómo un jardín de ensueño!
Vamos a recorrerla que merece la pena.
Una mirada a la izquierda y alzamos la vista hacia el Caracol
-llamada así por sus recovecos- que es el itinerario natural para ir al San Antonio.
y junto a ella, la calle de santo que no quiso saber nada con las calles de los santos...
San Gregorio. Ambas confluyen en Saúcos formando un intrincado conjunto
de poyetes, rampas, pechos, escalinatas, vivos y coloridos arriates y rincones escondidos.
Calle arriba y aunque podamos decir de alguna vivienda eso de que "esta casa es una ruina"...
nuestro tesoro del callejero, cuenta con algunas estampas típicas de Ubrique.
Ha sido mil veces modelo del concurso de pintura al aire libre
y es el escenario lógico para el Nacimiento del Belén Viviente que
se celebra anualmente en nuestro querido pueblo.
Algo más arriba, casi al entronque con la calle General Sanjurjo...
-"¿Qué? ¿Qué no es así? ¿Qué es la Torre? ¡No me digas!"
Bueno pues eso, antes de subir el último pecho hasta la Torre,
nos encontramos con otro tesoro; éste natural.
Se trata de la piedra con el curioso agujero, adosada a la antigua cuadra de Carriles.
Gracias a esa formación caliza ahí nunca llegaron a necesitar
uno de aquellos aldabones para amarrar las bestias en la puerta,
mientras se enjaezaban o descansaban aquellos dóciles animales.
Pero vamos a volver por nuestros pasos pues, aunque las bellas plantas
ornamentales que abundan en nuestra calle también ostentan el calificativo de tesoro,
no son ellas el motivo por el que estamos aquí buscando.
Ya tenemos la piedra aldabón, de Carriles y el horno, de Díaz Baena.
Al parecer nos vamos a ir sólo con dos buenos tesoros en el haber.
Desandando lo andado, no tenemos pena pues el mero hecho
de recorrer la linda calle, ya es un lujo... y para los que viven en la capital, más.
Ya íbamos a doblar la esquina otra vez, cuando una voz familiar nos llama
la atención y hace que giremos nuestra atención hacia atrás;
hacia el jardín de ensueño.
hacia el jardín de ensueño.
-"¡Qué sorpresa! ¡Es Isabel!
Pues nada, aquí que andamos en busca de curiosidades en tu calle.
Pues nada, aquí que andamos en busca de curiosidades en tu calle.
Ya hemos visto el antiguo horno de Díaz Baena y el agujero en la piedra,
donde amarraba el mulo a la entrada de la cuadra, el abuelo Carriles."
-"¿Qué queréis, ver cosas curiosas?
Pues en mi casa tengo unas cuantas.
¡Pasad!"
Pues en mi casa tengo unas cuantas.
¡Pasad!"
Aceptamos la amable invitación de Isabel Márquez.
Lo primero que nos enseñó fue...
esa bella estampa del lavadero del Algarrobal reflejada en un retrato del Retratista
y que ha rondado por muchos de nuestros hogares gracias a un reciente almanaque.
El tesoro etnológico del Lavadero que sucumbió por el "progreso" en pro de los coches,
le sirvió de preámbulo a nuestra entrañable amiga, para enseñarnos unos cuantos
tesoros fotográficos relacionados y que ella guarda como "oro en paño".
Con ellos recordó cuando iban con la ropa y el pisto allí, a lavar...
¡A pasar la tarde!
¡A pasar la tarde!
Aquí en el centro, la vemos en plena faena como auténtica lavandera del Algarrobal.
A su izquierda, Carmela la "Garcela" y a su derecha, María Cabezas.
Terminada la dura faena de restregar y restregar, para sacar la mugre
a los paños, en las frías aguas del solícito nacimiento, con jabón de aceite y sosa...
se disponían a zamparse el rico pisto, porteado en las cestas, con los jarretes de café.
Es un auténtico tesoro ver la alegría de las jóvenes de los años cincuenta, reflejada en sus
rostros, demostrando que una foto en aquellos años era todo un acontecimiento.
En esta espontánea instantánea, vemos a nuestra querida y famosa Isabel,
vestida de negro, sentada junto a su cesta, disfrutando del momento como la que más.
vestida de negro, sentada junto a su cesta, disfrutando del momento como la que más.
En el grupo se pueden ver -porque ella nos lo dijo- a Pepita Coronil, a la "Anillá",
a Encarna, a Nieves la "Monea", a Carmela la "Garcela" y a María la del "Carbón".
-"¡Qué alegría de ser joven!" -suspiró nuestra anfitriona.
Una vez terminada la merienda, qué mejor que enjuagar los cacharros
en el mismísimo Cogollo del Algarrobal.
-"¡Igualito que ahora! Ahí estamos María la del "Carbón",
una que hacía tejeringos y la del "Chato"...
¡Ah! ¡Y yo también estoy, de pie en el medio!"
Isabel siguió sacando tesoros del baúl de los recuerdos.
Nos enseñó la de su boda...
y la de su maravilloso viaje de novios.
Y otras familiares, que por su curiosidad merecían la pena.
En ésta podemos ver el poyete que había después de la casita sola,
en la calle San Sebastián.
Y en esta otra, la vemos a ella encima del desaparecido puente de Morilla,
por debajo de las escaleras de la casita sola, cuando una inundación.
Uno tras otro, Isabel nos enseñaba sus tesoros hasta que
llegó la hora de hablarnos de su verdadera pasión...
Las entrañables y tradicionales canciones de columpio,
tan imprescindibles en nuestros días de los Gamones.
tan imprescindibles en nuestros días de los Gamones.
Nos contó que una vez participó en un concurso de coplas de columpio en una romería
(con entrañables personajes de la radio local presentes)...
y lo hizo tan bien que fue galardonada.
Isabel conserva esos bellos tesoros del recuerdo en su mente.
Ella fue quien nos ayudó cuando estuvo
Y se muestra orgullosa de haber dedicado su vida a la vida de su querido pueblo y
el haber sido mínimamente recompensada, le satisface.
el haber sido mínimamente recompensada, le satisface.
Nosotros desde Ubrique en verde, queremos agradecer a Isabel,
toda su aportación a la cultura e idiosincrasia de este lugar que nos vio nacer.
-"Isabel, eres un tesoro que cuida y vive en el jardín de ensueño que es Saúcos"
Y lo decimos así porque ella misma nos enseñó...
su preciado recorte de prensa.
¡Un verdadero tesoro!
Definitivamente, nuestra apreciable calle Saúcos es un gran tesoro de ensueño.
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