A veces por mero gusto, nos gusta el gusto de complicarnos la vida.
Retos que nos ponemos en un momento dado de la vida y vamos a por ellos.
Eso nos pasó la otra tarde.
Ya hacía tiempo que teníamos en mente la ascensión a nuestro genuino emblema
natural que es la Cruz del Tajo -o el "Dorito", como dice por su forma, la juventud.
Lo normal para hacer cumbre en ella, es coger por detrás, por la Era del Ubrique el Alto,
pero habíamos hablado de nuevos retos, así que en buena compañía, decidimos dar
un paseo en vertical por su parte delantera. Esa ruta ya la marcamos como objetivo
cuando fuimos a buscar la antigua calera de la trocha del camino de Ronda.
Arrancamos desde la extinta calera más importante de nuestro querido pueblo, antaño.
Donde modernamente han colocado la malla "jurásica", y en cuestión de minutos,
la cota en altura se hace patente. No hace falta recordar que es un paseo en vertical...
y que lo mejor está aún por llegar.
Llegado este punto, advertimos desde este humilde blog que, si se carece de
experiencia en repechar por las rocas calizas, optar por esta ruta
para la ascensión a la excelsa mole aplomada...
puede resultar perjudicial para la salud...
Las hojas de acanto son muy resbaladizas si se interponen entre el pie y la piedra,
y la precipitación no sería de la lluvia caída en Ubrique, precisamente.
A más altura, mayor campo de visión panorámica sobre nuestro querido pueblo
y mayor peligro consecuentemente, por lo que hay que extremar las precauciones...
menos mal que la buena sombra nos acompaña, como lo ha hecho siempre
hasta la fecha en nuestros paseítos por la sierra, así que "¡A tocar madera!"
Con Ocurrris, en el Salto de la Mora, como telón de fondo, buscamos semejanzas con
los imaginarios "Dragones de Piedra" en las numerosas piedras en tenguerengue
que parecen suspendidas -grávidas- en el recorrido.
Algunas están "tan al filo de lo imposible" que con un empujoncito se precipitarían.
-¡Bueno! ¡Vale! ¡Es broma!
Entre pitos y flautas... ¡Ya estamos arriba!
La debacle pétrea sugiere cuentos de pura fantasía.
Nos hemos "encalomado", no sin riesgo pero con suma intriga, en la cima.
Ubrique yace a nuestros pies...
y a un tiro de piedra, la Cruz del Tajo...
que durante las pasadas fiestas navideñas, y como siempre,
hay costumbre de reemplazarla
por una especie de cometa que brilla con luz propia por la noche,
pero es porque tiene corriente eléctrica.
Pero no hay que lamentar que no esté la cruz que supuestamente
evita que caigan piedras sobre Ubrique, según la tradición, pues...
si las queremos, grabadas por la persistente erosión en la dura roca...
¡Haberlas hailas!
Es hora de un respiro y una valoración de la ruta superada con mera satisfacción.
Es el momento de plagiar en instantáneas la belleza del sitio y de interiorizar la importancia
del esfuerzo para la obtención del suculento premio para los sentidos, mas...
¡Hay que elevar al culmen el periplo!
Subir y no pisar la cumbre suprema sería lamentable.
¡Puede que conlleve un maleficio, incluso!
Así que, un pelín más...
y el espectáculo es digno de cualquier documental de Docufilia.
Aquí arriba se siente uno bastante bien.
Subir a la Cruz del Tajo es un derecho inalienable de los de Ubrique.
Más bien diríamos, una obligación inexcusable.
Ese momento pletórico que se respira, sólo puede ser interrumpido...
si desde la plaza del San Juan -donde está el centro de interpretación de la historia-
un "bromista" invita a voces de que nos tiremos inexplicablemente, al vacío.
-"¡Tírate! ¡Tírate!"
¡Una vivencia bastante morbosa y chocante!
¿Y si hubiéramos hecho caso a tan aberrante insinuación?
Bastante tenemos ya con aquella macabra costumbre que tanto daño hizo antaño.
Si en la vida hay que practicar el "carpe diem", este momento de meditación,
es mágico. Sobre la cresta sinuosa de la escarpada cúspide podemos mirar
absortos, hacia delante, donde remansa el bullicioso y vivo pueblo de Ubrique...
y hacia atrás, donde se enclavaba en la antigüedad el poblado árabe de Umrica
-que es por donde vamos a realizar el descenso. En una de las terrazas que componen
la perdida ciudadela y tirando del botón del zoom de nuestra servidora y maltrecha cámara...
podemos adivinar otro modus vivendi puramente antagónico a la "parte de alante".
Y ya que estamos, por qué no acercarnos a la "salida" del Huerto del Tabaco...
esa cornisa en forma de "collar" que recorre el frontal de la imponente verticalidad
del emblema natural. Allí pudimos comprobar que el indomable recorrido...
ha sido en parte, domesticado con fijaciones de anclaje para su desarrollo con seguridad.
En este otro lateral del "Dorito" pétreo en el que nos encontramos
y tentando un poco el vértigo atrayente, nuestro acompañante de lujo...
obtuvo las instantáneas de una atractiva e inusual picuda,
aferrada al macizo por un tenue hilo calcáreo...
Una auténtica espada de Damocles que pende vertiginosa sobre la integridad popular.
¡A saber desde qué tiempo!
Menos mal que aquel buen fraile colocó las mágicas cruces en las tres cúspides
naturales -Benalfí, Viñuela y el Tajo- y así protegernos de esos peligros.
Claro está que incluso, sin caer en connotaciones religiosas ni de otra índole,
Ubrique en verde llegó a plantear la necesidad de una cuarta cruz.
Si fuésemos de los de allá, tendríamos que hablar de medias lunas...
Pero como somos de acá, las cruces podemos verlas por doquier,
como esta labrada sobre la piedra grande del Ubrique el Alto
y que señala el curso de la cañada que sube hasta los Pernales.
¡Misión cumplida!
Nos hemos dado el paseo por la vertical de la auténtica cima que pende sobre las casas.
Es hora de las luces artificiales y de mirar hacia arriba desde la "protección"
que brindan nuestras intrincadas calles del pintoresco casco antiguo.
Es la hora de hacer una promesa.
La certidumbre de subir por enésima vez, allá arriba...
La certidumbre de subir por enésima vez, allá arriba...
¡A la vertiginosa verticalidad de la increíble y apabuyante Cruz del Tajo...!
¡Táaa ta Channn!
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