jueves, 12 de septiembre de 2013

El Día de los "Cojetes"

La noche del siete de septiembre, previo a las fiestas mayores de Ubrique, 
cada año desde tiempo inmemorial, un grupo de entrañables personas con movilidad reducida en una pierna, celebra cariñosamente su onomástica, el día de los "cojetes". La hache aspirada ubriqueña de "jacha" o "jierro", transforma el topónimo local cohete y simplifica el general 
de fuegos de artificio. Este año queremos verlos desde el Carril.



Como si de una incursión (sin ir más lejos) se tratase, nos enfrentamos a la ascensión
 por la calle Fuentezuela, no pudiendo reprimir la tentación de enfocar y disparar
sobre el rinconcito que fue modelo para varios en el concurso de pintura rápida 
de este año, con la vespa de Juan Barea y todo
Subiendo por el Culito y la calle de los calés hasta enfocar Peligro, 
ascendendemos por las nuevas escaleras que suben directamente hasta la plaza del Carril.



Bajo el formidable muro de piedra que permite la anchura de la del Veintiocho de Febrero, pudimos plasmar perfectamente en la oscuridad, fenómenos "para normales"
 pero no se lo diremos a nadie... ¿Vale?



Ubrique brilla entrañable desde las alturas.
 Decenas de azoteas llenas de familias, 
estaban en espera de la luminosa y explosiva celebración anual.
Desde aquí arriba se percibe un delicioso aroma a rica barbacoa.
El Día de los "Cojetes" es la noche de los fuegos y 
de las carnes a la brasa en nuestro querido pueblo.



Siendo testigo de excepción nuestro visible emblema, el San Antonio.
 Pocos se acuerdan ya de que los primeros cohetes se lanzaban desde allí
y como encargado, el entrañable Emiliano.
Nos basta con una bolsa de pipas para mitigar la espera. 
Pero cuando dieron las once y media en punto, con nocturnidad, alevosía y como siempre...



todos somos sorprendidos por el primer y esplendoroso estruendo.



¡Ya empiezan!



Sobre el monte de los Olivares discurre la esperada escena.



El espectáculo de luz, color y sonido, está servido.



¡Allá van las centelleantes lanzas que dicen que inventaron los chinos!



Y tras la inevitable explosión...



el primer ¡Oooooooooooh! generalizado.
 ¡La palmera!



-"¡Ahí va otro...!"
La estela luminosa se dirigía en su vuelo hasta el irremediable final.



¡Oooooooooooh! ¡Oooooooooooh!
Y mientras se iban exhibiendo sucesivamente, las efímeras y ruidosas veleidades...



los allí presentes comentábamos que seguro que nuestros amigos de Benaocaz
habrían bajado al peñón Gordo para no perderse el espectáculo de luz y color
 -el sonido les llegaría después.



Los pajarillos habitantes de nuestro querido pueblo, aterrorizados, pasaban por 
encima de nuestras cabezas. Los animalitos no terminan de entender esta costumbre humana. 
Explosión tras explosión, no daba tiempo a disiparse una, cuando...



ya danzaba otra. 
Que con los recortes escatimen en otras cosas... ¡vale!
pero que no se les ocurra recortarnos los fuegos artificiales de cada día
previo a la Patrona Alcaldesa Perpetua.



¡Otra palmera!
¡Oooooooooooh!



-"¡Mira, mira, mira, mira...!"
(Dicho rápidamente suena "¡Viraviraviraviravira!")



Y el oscuro cielo nocturno de Ubrique se llenaba de color en un primer segundo.



Y en un segundo segundo, por doble.



La noche ubriqueña sobrecogida. Los perrillos debajo de las camas asustados.
La duración del espectáculo multicolor fue bastante razonable muy al gusto de todos nosotros.



El espectáculo multiforme en sí, era del agrado de las personas expectantes.
Algunos ejemplos aparte de la carismática palmera fueron ...



el doble halo bicolor...



o la multiuve.



El cielo tornaba por momentos, cual hermosa noche estrellada que
se desvanecía ante nuestros asombrados ojos.



Ubrique parecía empequeñecer ante tanta colorida efusividad.
(Más ¡Oooooooooooh!)



Esos momentos mágicos quedaron plasmados en el objetivo de Ubrique en verde
y fue tanta la pólvora quemada...



que la propia humareda resultante dificultaba la nítida visón inicial...



pero el estruendo continuaba.
 -"¡Ya tendrá que quedar poco!"



Vivos colores rojos o...




anaranjados.



¡Y para gustos, colores...!



El cada vez más enrarecido firmamento casual, hacía...



reverberar los fogonazos, pudiéndose ver por unos instantes todo el cerro de los Olivares.
 Muchos nos acordamos de esta efeméride cuando se tiraban los cohetes en los campos
del Convento de Capuchinos y después soltaban un simulado toro de fuego.
 ¡Qué miedo daba!



Un estruendoso y repetitivo estrépito, sumido en una impresionante humareda,
anunciaba el apoteósico final.



Y como siempre debe ocurrir desde que los fuegos de artificio se celebran en Ubrique,
el último de todos, el no va más, el más potente, la detonación final...



el de antes de la desaparecida traca tiene que ser el apocalipsis...
¡el trallazo final!
Con él, parece que la sierra se nos va a caer encima.
 ¡Menos mal que aún conservamos en nuestra sierra una de la tres cruces
que nos protegen de derrumbes... la Cruz del Tajo!
Las descargas pirotécnicas han concluído y mientras bajábamos de nuevo al pueblo,
 llegó a parecernos...



como si en la noche de Ubrique del siete de septiembre, no hubiera pasado nada.



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