El agua de lluvia precipitada sobre la silueta de nuestra entrañable sierra, ha provocado
el resurgimiento de los manantiales. Ya de pequeño nos atraía la ilusionante idea
de subir a la Era, cuando "reventaba" el Ubrique el Alto.
Con casi quinientos litros de agua fresca que llevamos ya contabilizados desde septiembre,
el afloramiento por entre las piedras del líquido elemento, es una realidad.
El martes por la tarde acompañado de un amigo, nos lanzamos a la aventura
para poder ver el espectáculo natural que brinda la Madre
cuando nos regala un otoño lluvioso.
Subimos a la sierra de nuevo pero esta vez por la calle San Martín
(ya sabemos que todas las "vereas" llegan a la Era).
Una tarde espléndida para gozar de nuevo con la tierra, las piedras, la hierba otoñal;
escuchando el canto de los pajaritos de bien, en plena libertad...
Primero nos dirigimos hacia la Mina y pudimos comprobar que aún está en la entrada
la dichosa nevera que algún lumbrera transportara hasta allí con mentecato esfuerzo.
La corriente del nacimiento pasa justo por delante... ¡Primera mojadita de pies!
Después de una corta disertación sobre el sentido intrínseco
de la chatarra en la sierra, decidimos subir por el cauce, arroyito arriba.
Es una delicia escuchar el susurro ronroneante de las límpidas
aguas cristalinas en su marcha en busca de Ubrique.
Tanta pureza nos llama la atención, por fortuna.
Pero por desgracia, por encima del agua,
hay otra cosa que igualmente nos llama la atención...
¡Cosas de niños!
Seguramente ha sido usado como platillo volador.
Otro objeto absurdamente abandonado en la sierra.
Lo único que tiene de positivo es el color...¡je!
¡Qué bien quedaría adornando el interior de un...
contenedor amarillo!
Puesto que estábamos cerca, pasamos por la entrada de...
la cueva del Tío Pepito.
De los dos excursionistas vespertinos, había uno que no había estado nunca allí
y no era yo precisamente.
La roca caliza legendaria da mucho de sí y si vamos analizando
los detalles de nuestra sierra, caemos en la cuenta de lo variopinto de las formaciones...
destacando entre ellas a nuestros imaginarios "dragones de piedra",
tantas veces nombrados en Ubrique en verde.
Este mozo que está perennemente petrificado en Umrica, detrás de la Cruz del Tajo,
es el "Riscopótamo Marrocus". Por supuesto que es vegetariano.
Además existen otras formaciones rocosas que parece que
tienen que ver con las personas, como por ejemplo...
esta letra que parece grabada a "cincel y machota" y que está siendo realizada por la misma clase de agua que aflora ahora por la fuente del final (que ya sabemos que es la primera).
Y mirando, mirando (porque de todas maneras tienes que mirar pues si tropiezas
en la sierra, te caes seguro) vimos como la caprichosa naturaleza...
le había echado cara al tema de la modelación en la roca.
Éste sin duda, debe ser el pastor de los dragones pétreos... Personaje recio que
siempre está apegado a la sierra y disfrutando de la grata compañía de...
su hijo que anda desde hace milenios aprendiendo el duro oficio.
Pero vamos a lo que vamos...
Repechando por el anfiteatro natural llegamos a la "flor".
Unas cuantas piedras amontonadas dejando hueco...
dejan salir de las entrañas serranas el fluido de la vida.
El agua borbotea libre, fresca y depurada,
deslizándose torrente abajo pero aún es insuficiente...
para saltar por encima de todas las piedras del curso. Al igual que el Guadiana, se esconde y
aflora de nuevo, más abajo . Por eso, si vienes desde Ubrique ¡ésta es la fuente última!
Se hacía tarde pero... ya que estamos cerca... ¿no vamos a ver el llanito de la Munición?
Repechando hacia el curioso alfanje, la respiración se acelera. Y nada más llegar,
no tuvimos más remedio que saludar a uno de los habitantes del lugar.
Sus antecesores eran pieza clave en la vida de la sierra. Da gusto verlo libre,
sin "jato" ni cerones, sin estar amarrado... en los aldabones
(la rima es lo que nos inspira).
Al igual que la bestia busca refugio para pasar la noche...
Nosotros también marchamos de regreso a la urbe.
El manantial del Ubrique el Alto nos deja en la mente la impronta de la bella estampa
añorada cuando entramos de nuevo en la rutina de la vida pueblerina (por la rima).
La bestia se queda en la Era, su hogar.
Hay poca luz natural.
Hasta el comienzo del invierno los días son cada vez más cortos.
Vamos a probar con el flash para hacerle una mejor foto al mulo...
¡Vaya tela!
Mejor ni se la enseñamos porque si la ve,
corremos el riesgo de que nos arree una coz en la próxima incursión.
Las farolas del pueblo ya están encendidas. Va haciendo fresco. El sol lleva escondido tras
los Olivares, ya hace rato. Estamos bajando por el caminito hecho para el mirador
del Ubrique el Alto, en la ruta de los miradores. Y como seguimos mirando,
caemos en la cuenta de que los adornos de la fachada son nuevos...
¡Bueno! Son pajaritos encarcelados. Habrán sido muy malos y por eso los encierran,
privándolos de su libertad natural.
¿Pasarán la noche a la intemperie con el frío?
No nos vamos a quedar para averiguarlo porque ante esa insensibilidad
lo único que se nos ocurre decir es...
¡Animalito!
(Dedicado a mi amigo Pepe)
.
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