Vivir en Ubrique implica tener la suerte de convivir con una
extraordinaria colonia de buitres leonados.
Aquí los llamamos pajarracos y es común ver su silueta,
desde abajo, surcando los cielos.
Lo normal es verles la panza pero...
¿Qué podríamos hacer para ver la espalda de los pajarracos?
La respuesta es bien fácil...
-¡Subir más alto que ellos hasta arriba del Cancho Grande!
Lo primero que tenemos que hacer es elegir esa cornisa por encima de sus "niales"...
estudiar el camino adecuado para ascender y decidirnos a ello.
Vamos a entrar en el periplo serrano por la barriada del Rincón
-donde dijimos que debería instalarse "la Cuarta Cruz".
Y cómo no, mejor acompañado por la familia.
Ubrique va quedando atrás. Los buitres esperan.
Lentos, pero con pasos firmes y seguros que demuestren la veteranía
de andar entre las formas sinuosas de la increíble roca caliza...
vamos, hasta perder a nuestro querido pueblo de vista, por un momento.
¡Pero aún hay más!
La parte de la sierra que se oculta tras ella misma, nos brinda
un espectáculo colosal que hace sentirnos pequeños ante tanta inmensidad.
Estructuras pétreas que se sostienen en un inaudito equilibrio
-ésa es la definición apropiada de "en tenguerengue".
Dejamos atrás el singular picacho.
Todavía tenemos que ascender un poco más...
aunque no tan alto como esos voladores
-imprescindibles en la cadena trófica-
consiguen hacerlo.
¡Último tramo!
Estamos llegando a la cumbre de lo que nuestro padre y abuelo
decía que podía ser un observatorio romano.
¡Venga que tenemos que repechar para llegar!
Y al tocar techo...
¡Oh maravilla...!
Como si montados en avioneta pareciera.
Las caras de satisfacción por la prueba superada...
y al filo de lo posible, preparados para la función.
Debajo de nosotros, anidan decenas de pajarracos que van y vienen.
¡Comienza el espectáculo!
¡Las espaldas de los buitres leonados a la vista!
Suspendidos por las corrientes, sólo tienen que
abrir sus impresionantes velas para navegar.
Y bajo ellos el desarrollo de nuestro querido pueblo.
Se escucha el cortar del aire en sus majestuosos vuelos y se les ve entrecerrar las alas
para aposarse en sus nidos. El sentimiento de magia nos envuelve.
Es una escena embriagadora como sacada del mejor documental... ¡Pero en vivo!
Y eso que a algunos con la edad nos va entrando el pánico del vértigo.
-"¡Quién me ha visto y quién me ve!"
Pero como merece la pena no importa.
Compartir con la familia estas escenas únicas desde aquí arriba es todo un privilegio.
El sol está frente a nosotros y hace que de vez en cuando...
miremos hacia otro lado.
Mientras, nuestros compañeros animales en la Gran Madre Tierra...
continúan musitando su ancestral danza ritual del aire.
Es hora de dar un paseo por la impresionante cornisa pétrea.
Desde estas alturas las vistas son inmejorables.
Además podemos comprobar que efectivamente hubo romanos instalados
aquí arriba. El trozo de tégula -teja romana- encontrado es prueba de ello.
Tirando del zoom obtenemos este primer plano de la formación rocosa
que da nombre a la zona de la sierra de Ubrique en la que estamos.
Pero hemos de volver.
Continuamos nuestro periplo serrano y vemos -con mucha imaginación-
como las rocas han sido puestas como para nivelar el camino.
Un acentuado descenso nos espera. El silencio reinante es sobrecogedor.
Hay que saborear el momento pues abajo nos quedan días por delante de coches y ruidos.
Estamos bajando literalmente por todo el medio del Salto del Pollo
-ese lugar inclinado que concurre entre el Cancho Grande y el Tajo "Colorao".
-ese lugar inclinado que concurre entre el Cancho Grande y el Tajo "Colorao".
Ya otro día, en una venidera incursión -sin ir más lejos- rastrearemos los tesoros que
posee esta desconocida parte de la sierra de Ubrique, "mágico paraíso natural".
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Magnífico reportaje Manolo. Enhorabuena y gracias por mostrarnos este rinconcito de la sierra. Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarSabiendo de donde viene el comentario, es un halago recibirlo. Gracias Manolo.
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